Catalunya (I)

Voy dando salida a tandas de fotos de antiguos viajes, para intentar que no se agolpen. En esta ocasión, las del viaje el año pasado a Catalunya, en pleno procés.

Después de la ofensiva mediática para convencerme de lo malos que eran los catalanes, en concreto aquellos que querían romper España, tenía curiosidad por ir a conocerlo de primera mano viajando por la Catalunya profunda.

Y, la verdad, en pocos viajes me he encontrado tan a gusto con la gente. En general, encantadora (de hecho, tristemente, creo que ponían especial énfasis en demostrar que no eran tan malos como decían los sucios periodistas).

El nacionalismo se popularizó en el s.XIX como recambio de un mecanismo agregador que empezaba a fallar a la hora de dirigir a las masas: la religión. Es por eso que digo que el invento del Estado-nación no deja de ser un sucedáneo de la religión de siempre, la invención de un nuevo Dios al que adorar. Y lo cierto es que funciona, y hoy en día la gente toma peor una ofensa al nuevo Dios que al Antiguo. De hecho, es bastante común escuchar blasfemias contra el Dios judío, ahora bien, blasfemar contra España levanta las iras de sus creyentes. Que siendo la religión del Estado, son prácticamente todos excepto allá donde tienen otro Dios.

Pretender explicar que el Estado es sólo una entidad administrativa creada por el hombre a efectos de su mejor gobierno, un mero instrumento de la sociedad, es tan inútil como hacerle ver a un musulmán la evidencia de que Mahoma era un charlatán que usaba el truco de las revelaciones (siempre tan oportunas a sus intereses) para sostenerse en su posición de caudillo de un grupo de malhechores analfabetos dedicados al bandolerismo.

Pero no todas las religiones son iguales. En el catecismo de la intolerante religión española figura la prohibición de que sus súbditos adoren a otro Dios o, al menos, que lo consideren por encima de la adoración que merece la patria española. Ningún catalán intentará convencer a un murciano que reniegue de España para adorar la senyera, sin embargo, el españolismo quiere imponer su religión entre aquellos que tienen otro referente nacional distinto al español. Y para divulgar su fe cuenta con una generosa y bien dotada tropa de sacerdotes mediáticos más, cuando esos herejes no se aviniesen a razones, el ejército y las fuerzas policiales para meter en cintura a los idólatras. Imponen la rojigualda como los misioneros imponían el crucifijo.

La cuestión es que, curiosamente, al menos el Dios catalán tiene algún soporte real: existe una cultura catalana, la cual es una realidad inaprensible y difusa imposible de circunscribir con fronteras. Pero existe, que es más de lo que podemos decir de España. España es una realidad administrativa sin significado sociológico, si tratásemos de describir una «cultura española» sería la agregación de las diversas culturas preexistentes a su creación.

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Por cierto, el anterior pueblín se llamaba Monells, y realmente tampoco quería sacar la estelada en la foto. Simplemente en muchos casos era imposible sacar fotos de pueblos sin que apareciera alguna.

Esta foto es una calita en l’Estartit, uno de los pocos tramos de la costa por quemar y/o urbanizar. Por lo general, en todo el viaje me mantuve a una prudente distancia de la costa, este día fue la excepción.

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La grosera destrucción de la Catalunya costera contrasta con un paisaje interior en tónica general bastante bien conservado, mucho mejor de lo que me esperaba. Catalunya es una potencia no sólo industrial, sino también ecológica. Dentro de la Península, de lo mejorcito que he encontrado, quién me diera poder disfrutar aquí de semejante estado de conservación.

Esta foto también merece otro comentario. Comentaba con Daniel el otro día que necesitaría una precisión semántica. Lo que vemos aquí es ganadería extensiva, en contraposición a la intensiva o estabulada (también existe la semi-intensiva, vacas que pastan libremente y luego son estabuladas para su ordeño). Pero aquí vemos el tipo de ganadería extensiva racional o civilizada que podemos encontrar en Francia, Austria, Bohemia…: vacas pastando en los prados y pastizales delimitados y acondicionados para ello. Sin embargo, necesitamos otra palabra para el tipo de ganadería extensiva que sólo he visto practicar en la Península (también en Catalunya, aunque menos): ganado deambulando por la montaña, comiendo los rebrotes frescos tras los sucesivos incendios. Son tipos de ganadería completamente distintos, tanto en su productividad (la segunda es básicamente un modo de cobrar la subvención de la PAC, siendo el producto de la venta de carne una fuente de ingresos secundaria) como su impacto en el medio (limitado, acotado y perfectamente sostenible en el primer caso, devastador en el concepto salvaje de ganadería tradicional que tenemos en el Noroeste peninsular).

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Venga, mejor doy la primacía en esta entrada al lenguaje plástico.

Juego de texturas en Besseit.

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Atardecer tormentoso por la zona de Rupit.

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Dando un paseo por el Coll de Josa, en el Cadí.

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Miravet, en uno de los meandros del Ebro.

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Es ofensivo (pero resulta que lo que a mí me ofende no cuenta, también es desgracia) que la lengua oficial llame «justicia» a un sistema legal que es parte fundamental de la maquinaria de represión del Estado. Lo que me también me ofende es que muchos catalanistas sólo lo han descubierto cuando este sistema se ha vuelto contra ellos, mientras que disfrutaban de la apisonadora legal cuando los linchados no eran de su clase.

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Interior de la iglesia del monasterio de Poblet.

¿Pueblecito? ¿Qué nombre le habrá dado el españolismo? ¡Ah, no! parece que con este no se han atrevido a hacer el ridículo, mantienen el original. Al tiempo, porque están desvergonzados…

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Caserío en la Garrotxa.

Wen, ya lo sé, los colores son una mierda. Y aún peor los de la siguiente… Llevo ya años con la Samsung y aún no he conseguido domarla en este aspecto, cuando por lo demás estoy contentísimo con ella.

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Paisaje cerca de la aldea de Rocabruna.

Zonas de pasto por un lado, bosque por el otro, todo perfectamente delimitado y conviviendo en armonía. Sí, es posible, la civilización es posible, basta salir de España para comprobarlo.

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Anemone hepatica

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El escaparate de una tienda medieval en Rupit.

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El Congost de Montrebei con Piris al fondo.

La idea del viaje era empezar por Tarragona, ventilarnos rápido la zona Sur y pasar la mitad del viaje en Piris. Pues quedará para otro año, estaba siendo tan interesante la zona que en principio había preparado como mero trámite, que fueron cayendo los días paseando por el bosque mediterráneo hasta al final desistir de hollar nieve (salvo un día en el Cadí, como visteis).

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El monasterio abandonado de Scala Dei.

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Las vacas pastando en el pastizal que les está reservado, y un pastor eléctrico impide que penetren en el maravilloso hayedo contiguo. ¿Acaso es tan difícil? Ordenación del territorio según sus usos, con la actividad agroganadera reservada a unos espacios bien delimitados y reservando el resto para la Naturaleza. Civilización.

Y como el ganadero nunca va a tener permiso para que las vacas pazcan en el hayedo, no tiene ningún incentivo para quemarlo. Además de que tiene suficiente con el terreno habilitado para sus animales (dedicado exclusivamente a la producción de hierba, con lo cual se puede mantener al mismo número de animales ocupando mucho menor espacio que si deben ramonear por los restos quemados de la montaña). Y, en todo caso, es lo que hay; si no tiene suficiente, deberá ajustar su cabaña al terreno disponible. Pero dejar que el ganado entre en un medio natural es una bestialidad que, aquí, vemos con completa normalidad (porque siempre se hizo así, como otro montón de animalidades).

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Un románico muy barroco en la portada de la iglesia de Santa Maria de Porqueres, cerca de Banyoles.

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Vista del Cadí. Mientras en Tarragona las higueras ya estaban desplegando sus hojas, aquí arriba todavía es pleno invierno.

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Atardecer en la zona del balneario de la Fontcalda.

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Acabamos en Tavertet.

Una apunte final para fastidiarles la digestión a los profetas del ruralismo y el bien vivir. La razón de que, en general, Catalunya tenga un medio natural tan bien conservado, de lo mejorcito de la Península (pero la normalidad en Europa, para ver un monte mediterráneo íntegro os aconsejo que visitéis el Languedoc), no es que los catalanes sean especialmente listos o sensibles a las maravillas de la naturaleza (aunque su desarrollo industrial permitió un desarrollo económico y un impulso alfabetizador más temprano que explica por qué el nivel cultural en Catalunya es superior a la media del Estado español).

Estas tierras estaban tan peladas por siglos de ganadería salvaje (tradicional, porque la tradición catalana no es menos bárbara que la gallega o cualquiera otra, todas aberrantes) como lo están hoy en día los montes de la Galicia interior. La diferencia fue precisamente la industrialización masiva que despobló la Catalunya interior, pues ofrecía mejores salarios que pasarse el día por el monte con las putas ovejitas. Esta despoblación fue la que redujo la presión humana sobre el monte, permitiendo que, en unas pocas décadas, se regenerase hasta el aspecto con el que hoy lo conocemos. En Galicia (y Asturias, y Norte de Portugal) este proceso de regeneración natural como deliciosa consecuencia del éxodo rural, que también podemos rastrear en el resto de Europa, se detuvo debido a la repoblación sistemática con especies alóctonas y los incendios recurrentes.

Así que, paradójicamente, la industrialización catalana causó graves daños en donde se asentó (contaminación hasta niveles extraordinarios de los cauces del Besós y el Llobregat…), pero supuso la salvación para el resto del territorio. Algo similar podemos observar con la industria vizcaína o con la enorme fuerza centrípeta que supone Madrid sobre la demografía de las regiones aledañas.

La mamarrachada de los que proponen volver con las ovejitas a una vida más sencilla en el campo (algo así ya probaron los chinos con la Revolución Cultural y tras millones de muertos se les quitaron las ganas de chorradas), además de un cataclismo económico (qué divertido es que tu hijo llore de hambre y no tengas nada que ofrecerle), supondría un holocausto ecológico. No por nada, los ecosistemas mejor conservados se ubican en zonas con baja o nula densidad de población. Porque toda actividad humana implica un impacto sobre el medio natural, y las del sector primario, las que más.

La industrialización y el desarrollo económico son una bendición para la Naturaleza, al contrario de como nos quieren hacer creer.

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