Me sacudo la desgana para compartir con vosotros un estudio sobre la distribución y la calidad ecológica de las masas forestales en el planeta, cuyo objeto es crear esta herramienta de visualización de los datos obtenidos (es decir, un mapa, ya estoy yo también cayendo en la estúpida moda de enmarañar innecesariamente el lenguaje).
Para los que tengáis curiosidad en el proceso, realizan un mallado y a cada tesela con cubrición arbórea le asignan una nota derivada de las amenazas a la biodiversidad observadas (agricultura, urbanización, tala…) e inferidas, más la falta de continuidad de los hábitat. En el artículo enlazado dan más datos. Yo ahora quería mostraros un par de pantallazos. El primero, del NW peninsular:
La leyenda es bastante obvia. Color mierda: masas forestales de pobre calidad ecológica. Color verde claro: masas forestales de media calidad ecológica. Color verde oscuro… no lo busquéis, porque en todo el continente sólo aparece en algunos rinconcitos de los Cárpatos y Balcanes, además del extremo oriental, Rusia y Georgia.
Si abrimos un poco la perspectiva:
Lamento que las sierras del extremo Sur peninsular, Sierra Nevada, Baza o Ronda no aparezcan en el encuadre. Pero podéis consultarlo vosotros mismos: mayormente verde claro.
Efectivamente, como tantas veces hemos lamentado en este espacio. La indigencia intelectual, muy especialmente en temas ecológicos (que no le importan a nadie más allá de la fachada), en la que chapotea la población permite que perdure el mito del paraíso natural de la Iberia atlántica y cantábrica. Es repulsivo el chauvinismo (que es como se dice palurdismo en francés) ridículo de gallegos, asturianos, cántabros y vascos, que tragan sin masticarla la propaganda institucional que les dice que viven en un edén, cuando la realidad es que han convertido su tierra en una inmundicia. Pero aún es más grotesco el desprecio generalizado que sienten por la Iberia seca. En su magín, el Sur del Duero es un inmenso desierto, que contrasta con la feracidad de sus verdes bosques.
Y no es porque los bosques de la Iberia meridional estén en buen estado. Pero están. Los pocos que quedan. En cambio, los bosques de la Iberia húmeda han sido eliminados, sustituidos casi íntegramente por plantaciones de alóctonas destinadas a la trituración para la producción de pasta de papel y tableros de aglomerado. Madera de mierda, de turno de corta rápido y bajo valor. En el caso gallego vemos que, con la excepción de algunos restos de cubrición autóctona en las sierras orientales, la destrucción es casi completa.
Aún recuerdo el comentario de una pontemierdesa hablando con un desprecio infinito del paisaje en Extremadura. Para quien no conozcáis la zona, podéis consultar el mapa: salvo alguna zona na Terra do Deza, en el resto de la provincia la devastación ecológica es absoluta. Si hubiera un bombardeo nuclear intensivo sobre Pontemierda no se perdería nada en términos ecológicos, y aún se podría empezar la reconstrucción desde cero (la radiación sería un problema menor una vez eliminado el principal contaminante: la presencia humana). Y si Pontemierda hace honor a su nombre, A Coruña está todavía peor.
Un hipotético trayecto de Donostia a Ferrol y luego bajar a Lisboa, tendría que realizarse con frecuentes paradas para mejor desalojar el estómago, y no precisamente por las curvas, a cualquier persona con un mínimo de cultura ecológica.
Y esa pontemierdesa se sorprendía que le contase que sólo en la (enorme) provincia de Cáceres, o en la de León o en la de Burgos, había más quercíneas (robles carballo y albar, rebolos, encinas, alcornoques…) que en la suma de las cuatro provincias gallegas.
El gran problema es el infantilismo en el que vive la población, derivado de su incultura culpable (pues hoy hay medios de sobra para el que quiera aprender, aprenda, pero prefieren vivir en la bestialidad). El problema se expresa en unos términos muy sencillos: el desarrollo de una industria forestal destinada a la trituración (pasta de papel y aglomerados, ENCE y FINSA) implica la devastación ecológica del territorio. El cultivo del pino y del eucalipto genera unos rendimientos muy bajos, así que para ser económicamente significativo debe ocupar la mayor parte, sino todo el territorio. Sustituyendo los ecosistemas autóctonos (que se estaban regenerando tras el éxodo rural que los liberó de la presión de la ganadería extensiva y la agricultura de subsistencia) por dichos cultivos forestales.
Esto considero que es entendible hasta para la inteligencia de un niño pequeño: las decisiones tienen consecuencias, todo tiene un coste. Optar por un modelo económico basado en la explotación forestal, y este tipo de explotación forestal (porque no es lo mismo la salvajada que se hace aquí a la explotación de madera de calidad que encontramos en potencias forestales como Francia, Austria o Eslovaquia), comporta la destrucción del medio natural. Y no puedes tener ambas cosas. El niño sabe que si se compra una golosina, deja de tener el dinero con la que la compra. O tiene la moneda, o tiene el dulce, pero no puede beneficiarse del dulce y conservar la monedita. La sociedad portuguesa, gallega, asturiana, cántabra y vasca no ha alcanzado aún ese nivel intelectual. Han destruido su entorno, su país, con repoblaciones forestales masivas con alóctonas, pero aún son tan hipócritas y mendaces de fingir que viven en un lugar que merezca algo más que la nausea. Eso sí, está verde. Muy verde. Mientras haya clorofila, no hay de qué alarmarse.
Y toda esa devastación para, en el caso gallego, suponer el 2% del PIB y el 2,3% de los puestos de trabajo (en el resto de territorios, incluso menos). Ignoro si contarán en esa cifra de actividad económica los costes de extinción de incendios y apertura de cortafuegos, pagados con dinero público para facilitar un negocio privado. Lo que es evidente que no calculan el coste de oportunidad de optar por otro modelo económico que no suponga la devastación ecológica.
Hace un tiempo yo propuse un ejemplo de modelo económico alternativo. En Galicia, según el último IFN, hay unas 450.000 ha dedicadas al cultivo de eucalipto y 277.000 ha al de pinos (también especie ajena a los ecosistemas gallegos), ocupando el espacio que le corresponde a carballos, rebolos, bidueiros, érbedos, avelairas, amieiros, freixos, loureiros, corticeiras, pradairos… (los pongo en gallego porque es lo único que queda de ellos, el nombre, en la mayor parte del territorio de este país). Pues bien, sólo con reservar la quinta parte de esa superficie, los mejores terrenos con la mejor orientación, a un cultivo frutícola apropiado como los manzanos, tendríamos más extensión cultivada que en todo Estados Unidos (322.000 acres, unas 130 mil hectáreas), con una producción estimada de unas 6 millones de toneladas que cubriría la mayor parte del consumo de la UE.
¿Y cuál es el valor de esos seis millones de toneladas de manzanas? Multiplicad por 0,5€/kg de precio mayorista y a ver a cuánto os sale la cuenta. Y comparadlo con los 122 millones de € que deja anualmente a los productores gallegos el eucalipto (cantidad que a estos palurdos les parece meritoria). Obviamente no tienen por qué ser todos manzanos, pueden ser viñas, castaños, kiwis o cerezos, es un ejemplo del rendimiento de un cultivo frutícola con el de un cultivo forestal.
Y en términos de puestos de trabajo, la relación es aún superior a 1:30 respecto a los cultivos forestales, donde una vez plantado el vampiro vegetal no hay que hacer ninguna actuación hasta que, veinte años después, va un equipo a cortarlos y llevarse los troncos.
Y las otras 4/5 partes de la superficie actualmente ocupada por cultivos forestales, devuelta a la naturaleza para su recuperación y restauración ecológica. Y tener un país ecológicamente íntegro también aportaría riqueza, no sólo solo social, sino de la que a todos nos importa: económica. El dinerito. Amén de actividades silvícolas como la producción micológica, estamos hablando de una evidente potencialidad turística que sería a mayores de la actividad principal frutícola.
Collede a costa galega, as Rías Baixas, Rías Altas e a Mariña, eliminade mentalmente os eucaliptos e devolvede as veigas e as fragas, con carballos, castiñeiros e loureiros ata pé do mar, suprimindo aberracións urbanísticas como Sanxenxo ou Foz. Que tedes ahí? Un puto tesouro. $€$€$€. Se non vos é inmediatamente evidente acudide a unha óptica.
Basta con resistir la presión del dinero fácil que convirtió la costa mediterránea en una inmundicia para solaz de mastuerzas y botarates, ser algo más inteligentes para no matar la gallina de los huevos de oro embadurnándola de cemento, y tendríamos un lugar de veraneo con temperaturas agradables y playas de ensueño (después de invertir en algunas toneladas de dinamita) en un entorno, entonces sí, paradisíaco. Y podríamos pedir mucho dinerito por el privilegio de venir a visitarlo. Money, money, money.
El modelo decidido por la corrupta monarquía borbónica y remachado por el franquismo que emplaza a Galicia como fuente de materia prima, primero para diversos usos como la construcción, y últimamente para que el mundo se limpie el culo con el producto de nuestros montes, sólo ha traído pobreza y emigración (en Pontemierda estoy aburrido de encontrarme aldeas abandonadas, engullidas en un mar de eucaliptos). Y hay miserables (con intereses en la industria) que aún rebuznan que el eucalipto sirve para fijar población en el rural. La realidad, los hechos, ya tal.
No es ya que la devastación masiva, absoluta, del negocio de la madera barata sea una masacre ecológica. Es que en términos económicos es un cultivo para gandules, mangarranes y palurdos. Es sencillo y da poco trabajo. Pero el retorno económico está a la par del conocimiento y esfuerzo requeridos.
Por cierto, eran 3.000 millones de €. El valor de las manzanas cultivadas en la quinta parte de la superficie ahora ocupada por plantaciones forestales. 122 millones deja el eucalipto. Contando con el pino no pasará de 160.
Cada pueblo tiene lo que se merece. En ocasiones más, pero sólo de forma transitoria, pues la historia acaba haciendo justicia.
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