La verdad, yo de este fulano conocía el nombre y poco más. He conseguido arrancar a Qatalhum el compromiso de hacer una entrada sobre este personaje, así que seguid en la onda. Pero me resisto a privarme del placer de subir algo de él.
Mira por donde, hemos encontrado un verdadero profeta: profetizó su propio asesinato. Es impresionante escucharle pidiendo al resto de países africanos que se unieran para impagar la deuda, porque si sólo su país lo hacía, él sería eliminado. Y efectivamente, los servicios secretos franceses, los acreedores de Burkina Faso, no permitieron que celebrase su 39º cumpleaños.
Sirva todo ello de recordatorio de la política criminal de Francia (y resto de potencias coloniales) en África, ahora que el cretinito de Macron se pone estupendo hablando de los valores de la République. Cuando el valor supremo es la codicia:
14 african countries are obliged by France, trough a colonial pact, to put 85% of their foreign reserve into France central bank under French minister of Finance control. Until now, 2014, Togo and about 13 other african countries still have to pay colonial debt to France. African leaders who refuse are killed or victim of coup.
Ahora comprenderéis el interés de varios Estados africanos en crear una moneda única, a semejanza del €, desembarazándose de la tutela monetaria de la ex-metrópoli.
Pero vamos, que no quiero que esta sea una historia de blanquitos malos (ya que inteligentes) y negritos buenos (luego tontos). Hay blanquitos malos y negritos malos si no peores (Mugabe, Mobutu…e incluso al bueno de Thomas se le empezó a ir la pinza), aunque hay que reconocer que ningún dictadorzuelo africano ha llegado al nivel de atrocidad de Leopoldo II de Bélgica.
De todas formas, quien tiene ahora la sartén de la deuda agarrada por el mando no es ni blanco ni negro, sino amarillo.
Sirva esta pobre entrada de introducción a la de Qatalhum sobre el Che Guevara negro. Y Juan Manuel Grijalvo también nos está preparando otra, y me cuenta que va a ser una entrada regia. A ver si van tomando nota otros a quien no quiero señalar… luego pretenderéis cobrar y todo. ¡Así va España!
Filed under: Historia — Juan Manuel Grijalvo @ 11:50
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En Noviembre de 2019 apareció en «La Mirada» uno de mis modestos trabajos de Historia de estar por casa, el titulado «Patria y potestad». El texto generó una serie de «pendientes»: otro día, si usted quiere…
Hoy, si le parece bien, podríamos retomar una de esas hijuelas:
«El 21 de Enero de 1793, el rey Louis XVI de Francia fue decapitado con una guillotina. Otro día, si usted quiere, hablaremos un poco del contexto histórico de esta máquina. Con eso la verá usted como el gran progreso humanitario que fue: un auténtico hito de la Igualdad. Aunque fuera ante la muerte».
Un dos últimos, derradeiros, exemplos de cantares de cego:
Antes os cegos ou persoas con outros tipos de incapacidade tiñan que depender da esmola para o seu sustento. Tocar un instrumento nas feiras era un xeito de diferenciarse do resto de esmoleiros e recibir algunhas moedas de máis. Seica poderíamos conectar o vello pícaro que estades a ver cos xograres que animaban as prazas na idade media (da que non vai tanto que o interior galego saíu).
Hoxe moitos cegos, fanados… gañan os cartos dun xeito bastante máis indigno: vendendo loteria na ONCE.
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E a segunda parte desta viaxe a un mundo rural polo que os séculos pasaron sen luílo, e que os que temos xa uns aniños case chegamos a tocalo co cabo dos dedos, ven da mao dunha fotógrafa gringa que veu á península nos anos vinte. Estivo en Galicia no 24, e entre outros miles de fotografías retratou estas nenas na pensión onde se hospedaba no Ézaro.
Tanto o cego, como estas neniñas, poderían ser ubicados tanto no século XX como no século X con moi poucos cambios.
Llegó en seguida a su palacio que abundaba de gente, mas no encontró a Andrómaca, la de níveos brazos, pues con el niño y la criada de hermoso peplo estaba en la torre llorando y lamentándose. Héctor, como no hallara a su excelente esposa, detúvose en el umbral y habló con las esclavas: ¡Ea, esclavas! Decidme la verdad: ¿Adónde ha ido Andrómaca, la de níveos brazos, desde el palacio? ¿A visitar a mis hermanas o a mis cuñadas de hermosos peplos? ¿O, acaso, al templo de Atenea, donde las troyanas, de lindas trenzas, aplacan a la terrible diosa? Respondióle la fiel despensera: ¡Héctor! Ya que nos mandas decir la verdad, no fue a visitar a tus hermanas ni a tus cuñadas de hermosos peplos, ni al templo de Atenea, donde las troyanas, de lindas trenzas, aplacan a la terrible diosa, sino que subió a la gran torre de Ilión [NdM: Troya], porque supo que los teucros [NdM: los troyanos] llevaban la peor parte y era grande el ímpetu de los aqueos. Partió hacia la muralla, ansiosa, como loca, y con ella se fue la nodriza que lleva el niño.
Así habló la despensera, y Héctor, saliendo presuroso de la casa, desanduvo el camino por las bien trazadas calles. Tan luego como, después de atravesar la gran ciudad, llegó a las puertas Esceas por allí había de salir al campo, corrió a su encuentro su rica esposa Andrómaca, hija del magnánimo Etión, que vivía al pie del Placo en Tebas de Hipoplacia y era rey de los cilicios. Hija de éste era pues, la esposa de Héctor, de broncínea armadura, que entonces le salió al camino. Acompañábale una doncella llevando en brazos al tierno infante, hijo amado de Héctor, hermoso como una estrella, a quien su padre llamaba Escamandrio [NdM: el río a los pies de Troya] y los demás Astianacte [NdM: el que reina en la ciudad], porque sólo por Héctor se salvaba Ilión. Vio el héroe al niño y sonrió silenciosamente. Andrómaca, llorosa, se detuvo a su vera, y asiéndole de la mano, le dijo:
¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No te apiades del tierno infante ni de mí, infortunada, que pronto seré viuda; pues los aqueos te acometerán todos a una y acabarán contigo. Preferible sería que, al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino pesares; que ya no tengo padre ni venerable madre. A mi padre matóle el divino Aquileo [NdM: Aquiles] cuando tomó la populosa ciudad de los cilicios, Tebas, la de altas puertas: dio muerte a Etión, y sin despojarle, por el religioso temor que le entró en el ánimo, quemó el cadáver con las labradas armas y le erigió un túmulo, a cuyo alrededor plantaron álamos las ninfas Oréades, hijas de Zeus, que lleva la égida. Mis siete hermanos, que habitaban en el palacio, descendieron al Hades el mismo día; pues a todos los mató el divino Aquileo, el de los pies ligeros, entre los bueyes de tornátiles patas y las cándidas ovejas. A mi madre, que reinaba al pie del selvoso Placo, trájola aquél con el botín y la puso en libertad por un inmenso rescate; pero Artemis, que se complace en tirar flechas, hirióla en el palacio de mi padre. Héctor, ahora tú eres mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. Sé pues compasivo, quédate en la torre ¡no hagas a un niño huérfano y a una mujer viuda! y pon el ejército junto al cabrahigo, que por allí la ciudad es accesible y el muro más fácil de escalar. Los más valientes, los dos Ayaces, el célebre Idomeneo, los Atridas y el fuerte hijo de Tideo con los suyos respectivos ya por tres veces se han encaminado a aquel sitio para intentar el asalto: alguien que conoce los oráculos se lo indicó, o su mismo arrojo los impele y anima.
Contestó el gran Héctor, de tremolante casco: Todo esto me preocupa, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de rozagantes peplos si como un cobarde huyera del combate; y tampoco mi corazón me incita a ello, que siempre supe ser valiente y pelear en primera fila, manteniendo la inmensa gloria de mi padre y de mí mismo. Bien lo conoce mi inteligencia y lo presiente mi corazón: día vendrá en que perezcan la sagrada Ilión, Príamo y su pueblo armado con lanzas de fresno. Pero la futura desgracia de los troyanos, de la misma Hécabe, del rey Príamo y de muchos de mis valientes hermanos que caerán en el polvo a manos de los enemigos, no me importa tanto como la que padecerás tú cuando alguno de los aqueos, de broncíneas corazas, se te lleve llorosa, privándote de libertad, y luego tejas tela en Argos, a las órdenes de otra mujer, o vayas por agua a la fuente Meseida o Hiperea, muy contrariada porque la dura necesidad pesará sobre ti. Y quizás alguien exclame, al verte deshecha en lágrimas: Esta fue la esposa de Héctor, el guerrero que más se señalaba entre los teucros, domadores de caballos, cuando en torno de llión peleaban. Así dirán, y sentirás un nuevo pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud. Pero que un montón de tierra cubra mi cadáver antes que oiga tus clamores o presencie tu rapto.
Así diciendo, el esclarecido Héctor tendió los brazos a su hijo, y éste se recostó, gritando, en el seno de la nodriza de bella cintura, por el terror que el aspecto de su padre le causaba: dábanle miedo el bronce y el terrible penacho de crines de caballo, que veía ondear en lo alto del yelmo. Sonriéronse el padre amoroso y la veneranda madre. Héctor se apresuró a dejar el refulgente casco en el suelo, besó y meció en sus manos al hijo amado y rogó así a Zeus y a los demás dioses: ¡Zeus y demás dioses! Concededme que este hijo mío sea como yo, ilustre entre los teucros y muy esforzado; que reine poderosamente en Ilión; que digan de él cuando vuelva de la batalla: ¡es mucho más valiente que su padre!; y que, cargado de cruentos despojos del enemigo a quien haya muerto, regocije de su madre el alma. Esto dicho, puso el niño en brazos de la esposa amada, que al recibirlo en el perfumado seno sonreía con el rostro todavía bañado en lágrimas. Notólo Héctor y compadecido, acaricióla con la mano y así le hablo: ¡Esposa querida! No en demasía tu corazón se acongoje, que nadie me enviará al Hades antes de lo dispuesto por el destino; y de su suerte ningún hombre, sea cobarde o valiente, puede librarse una vez nacido. Vuelve a casa, ocúpate en las labores del telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo; y de la guerra nos cuidaremos cuantos varones nacimos en Ilión, y yo el primero.
Dichas estas palabras, el preclaro Héctor se puso el yelmo adornado con crines de caballo, y la esposa amada regresó a su casa, volviendo la cabeza de cuando en cuando y vertiendo copiosas lágrimas. Pronto llegó Andrómaca al palacio, lleno de gente, de Héctor, matador de hombres; halló en él a muchas esclavas, y a todas las movió a lágrimas. Lloraban en el palacio a Héctor vivo aún, porque no esperaban que volviera del combate librándose del valor y de las manos de los aqueos.
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No moriría Héctor esa jornada, tras enfrentarse en combate singular a Áyax, y sólo sucumbiría ante el colérico Aquiles. Pero esa es otra historia, ahora quería proponer una reflexión de este hermoso pasaje en el cual el campeón troyano, ante la proximidad de una muerte que intuye (el tema del destino ya está presente), se quiere despedir de su mujer e hijo.
El poema homérico fue compuesto acaso en el siglo octavo, y habla de un mundo ya entonces lejano en el tiempo y mitificado, acaso micénico. Nos encontramos en una época especialmente convulsa conocida como los siglos oscuros. Migraciones en cadena (los enigmáticos «pueblos del mar») tumbaron imperios y traslocaron toda la política del mediterráneo oriental.
En esta época brutal, en que la valía de un ser humano venía dada en buena medida por su capacidad para matar enemigos, uno se esperaría encontrar el epítome de la opresión patriarcal, de unos hombres extraordinariamente rudos y hechos a la violencia más extrema sobre sus desvalidas y desventuradas mujeres. Si en la sociedad actual hay cretinos (porque no sólo son cretinas) que son capaces de ver un patriarcado, qué no decir de la Grecia arcaica que canta el divino aedo. De esa época hiperviril, según el discurso postfeminista, uno se esperaría encontrar a las mujeres arrastradas, pisoteadas, vejadas, humilladas y, desde luego, múltiples veces violadas (yo creo que Freud se descojonaría con la evidente fantasía sexual del postfeminismo, convertida en manía omnipresente: nos violan, nos maltratan, nos violan por todas partes, a todas horas…).
Por supuesto que éste no es un relato fideligno de una relación conyugal cualquiera, sino el ensalzamiento de lo que ya en nuestra era sería el amor galante. Pero por eso es especialmente interesante, además de por ser uno de los primeros documentos históricos que describen tal relación, porque lo que Homero canta es el modelo de amor entre el gran héroe de Troya y su aristocrática esposa. En la sociedad en la que vivió Homero, y en los siglos anteriores en que estos versos fueron tomando forma por los caminos de la Hélade, el comportamiento de los dos protagonistas de este pasaje era visto como arquetipo de matrimonio. Luego, habría parejas peor avenidas, como las hay ahora y las ha habido siempre. Y ese modelo no es el de un hombre pisoteando a su mujer, como propone el revisionismo histórico postmoderno, sino el de un hombre amante de su mujer y de su hijo, y preocupado por el destino que los espera si él sucumbe. Andrómaca intenta convencerle de que se resguarde tras las murallas de la ciudad y, de perderse ésta, comparta con ella su destino de esclavitud. Sin embargo, el héroe asume su responsabilidad en la defensa de la ciudad y afronta la muerte, mientras le pide a su esposa que se aparte de la línea del frente adonde su bravura la impelió.
¿Qué podemos leer en este pasaje? ¿Una sociedad constituida sobre la explotación de un sexo sobre el otro? No parece tal, sino una sociedad en que los cometidos, las obligaciones y responsabilidades están muy determinados en función del sexo, y no se puede decir, desde luego, que a los hombres les tocase la parte más dulce del pastel. Sí que aparece aquí una relación de explotación, pero no es la predicha por el postfeminismo (podemos llamarle feminismo a secas, porque a día de hoy no hay otro) sino la distribución clásica según clase sociales, la aristocracia guerrera, a no mucha distancia de los ciudadanos libres que componen el grueso del ejército (aún estaba comenzando la concentración de la propiedad agraria) y la institución de la esclavitud. Y la guerra como remolino social que puede servir para promocionar a un hábil guerrero, pero también para convertir a una reina en esclava.
El modelo de relación entre dos esposos en la cuna de la civilización occidental (los orientales nos llevaban milenios de ventaja en esto de usar la cabeza y dejar de comportarse como primates) no era la explotación, sino el respeto, la ternura y el sincero afecto compartido, acaso en una medida de la que somos incapaces en esta sociedad postmoderna.
Hoy en día, el único objeto de nuestro amor es nuestro propio ombligo, y la idea del sacrificio por amor suena tan extemporánea como un niño jugando a las chapas.
Supongo que conoceréis la iniciativa de Todoslosnombres.org, que pretende recopilar los datos de los asesinados por la dictadura en el Sur. Por mucho que desde luego me parezca loable su empeño, como el de otras similares, me parece que son dramáticamente insuficientes.
Porque faltan nombres. Muchos nombres. ¿Nombres de quién? DE LOS ASESINOS. Porque por cada nombre de una víctima hay al menos el de un criminal, frecuentemente varios, responsables de ese asesinato. Y es un tema con el que aún hoy se pisa con mucho cuidado. Sin embargo, no puede hablarse de reparación mientras sólo salgan los nombres de los muertos, y no de quienes apretaron el gatillo, de los que dieron palizas, de los que violaron a las esposas e hijas o expoliaron a los represaliados. A esos valientes, matarifes en la retaguardia, el régimen les recompensó con ascensos en la escala de la Guardia Civil, o licencias de taxi, estancos o cargos de bedeles y conserjes en colegios e instituciones. Eso, a los analfabetos, que si el falangista tenía cuatro letras se le abrían las puertas de la administración.
Esos asesinos fascistas están ya todos muertos, y si quedara alguno su edad ya lo hace irresponsable penalmente (aunque aún estarían los familiares de sus víctimas a tiempo de escupirle en la cara), pero de la recompensa de esos asesinatos se han seguido aprovechando sus hijos y nietos, que deben su posición social a la conducta criminal de su padre y abuelo.
Y por supuesto, paseados los hubo en ambos bandos, pero desde luego no en los mismos números y, en todo caso, el bando vencedor ya se encargó de hacer pagar cara la sangre de su bando, con una Causa General que engrosó los datos de las ofensas y alargó la lista de culpables. Acusados que fueron sentenciados en serie por una maquinaria judicial militar que no reunía las mínimas garantías procesales, un mero trámite administrativo para dar apariencia de legalidad al exterminio por razón de conciencia.
Por lo tanto, el ominoso silencio sobre las víctimas del fascismo es aún mucho más completo sobre los asesinos fascistas. Y como reza el iconito de la derecha, no se podrá pasar página mientras no hayamos leído toda la hoja, toda, completa. Esclarecer hasta donde lleguen las posibilidades de los historiadores (a los que hay que permitir el acceso a archivos militares y otros como la Fundación Francisco Franco) qué es lo que ocurrió en cada caso de violencia, identificando víctimas y verdugos.
Yo recuerdo cuando éramos rapaces en la órbita del PCE (aunque yo nunca me llegué a afiliar), leíamos cosas, y comentábamos que había mucha tela que cortar con lo de la guerra civil. Y los mayores, unos putos payasos (ni la mitad de ridículos que los que están ahora), nos despacharon diciendo que no querían «resentidos» (entonces aún no se decía lo de guerracivilista). Eso era a principios de los ’90, luego fíjate tú se puso de moda la memoria histórica, y ya estuvo bien hablar y estudiar precisamente aquello que unos chavalines proponían y a los que dieron boleto. Que el tiempo acabe reivindicando tus razones no sirve para nada más que para hacer crecer el ego o la melancolía.
La única iniciativa de esto que ahora yo propongo, de la que tenga noticia, fue la del historiador gallego Dionisio Pereira, estudiando la represión fascista en la comarca de Cerdedo (montaña de Pontevedra, el frente estuvo a cientos de kilómetros, aquí se trato de simple y llano exterminio político). La familia de uno de los criminales señalado en el libro lo denunció, y aún tuvo que ir a juicio para proteger a sus fuentes (que acabó siendo desestimada). A pesar de tener amigos comunes, nunca he tenido la ocasión de estrechar la mano de este gran hombre.
Y en esas estamos. Indagar sobre las víctimas no es peligroso, pero si no se esclarecen las circunstancias de su muerte, de su tortura, de su violación, siendo determinante como es obvio la identidad de los autores, esos crímenes pasarán a la posteridad impunes. Y estos años de tutelada «democracia» hemos perdido un tiempo precioso para esclarecer la mayoría de ellos, y que en la memoria de cada cual pesen las acciones que cometió, buenas y malas. La historia busca el conocimiento, y con la verdad se hace justicia.
No eran conejos en el monte. Que su muerte no quede en nada.
Los valientes, los dignos no buscan sólo los nombres de las víctimas, sino el de sus verdugos.