La entrada anterior terminaba con una pregunta:
¿qué dice Marvin Harris sobre todo esto?
Me ha llegado una respuesta:
«Pues creo que Marvin Harris poco dice al respecto
al menos en los tres libros suyos que he leído».
Bingo. Que yo sepa, no trató directamente el tema,
pero nos dejó resuelto el caso general.
A partir de ahí podemos resolver el caso particular del Suttee,
y otros muchos que son menos vistosos y más actuales.
He leído «Vacas, cerdos, guerras y brujas» y «Bueno para comer».
También «Caníbales y reyes», y un libro pequeñito,
titulado «Jefes, cabecilllas, abusones», que editó Alianza.
Sigue pendiente la «Introducción a la antropología».
Obviamente, sería el que procede leer en primer lugar,
pero mi excusa es de las mejores: mi profesor de la materia
fue D. Claudio Esteva Fabregat, así que tengo convalidada
la parte introductoria de la asignatura, y quizá algo más.
Las preguntas de la entrada anterior eran:
¿Por qué en la India mataban a las mujeres y consagraban a las vacas,
y aquí matamos a las vacas y consagramos a las mujeres?
Empezando por la segunda, ¿qué es consagrar?
Según el DLE, viene del verbo latino consecrāre.
1. tr. Hacer sagrado a alguien o algo.
2. tr. Conferir a alguien o algo fama o preeminencia en determinado ámbito o actividad. Aquella novela lo consagró como gran escritor. U. t. c. prnl. La computadora se ha consagrado como instrumento imprescindible.
3. tr. Dicho de una autoridad competente: Reconocer o establecer firmemente algo.
4. tr. Dedicar, ofrecer a Dios por culto o voto una persona o cosa. U. t. c. prnl.
5. tr. Dedicar con suma eficacia y ardor algo a determinado fin. Consagrar la vida a la defensa de la verdad. U. t. c. prnl. Consagrarse al estudio.
6. intr. Rel. Dicho de un sacerdote católico: Pronunciar en la misa las palabras que operan la transustanciación. U. t. c. tr.
He elegido deliberadamente el DLE porque conserva, perfectamente fosilizadas, unas acepciones de la palabra que ahora mismo nos parecen arcaicas. Una de las tareas permanentes de La Mirada es desenmascarar a esos postmodernitos que expenden como novedades recién inventadas unas mercancías ideológicas que son más viejas que el bálsamo de tigre.
Ahora consagramos a las mujeres: son seres de luz que irradian bondad, pero son víctimas de un machirulo opresor y maltratador durante largos años. Para más inri, hace falta inmolarlas cuando muere su señoro: una clara patrimonialización de la mujer, como posesión del marido que le acompaña al más allá junto con otras ofrendas. Para que no le dé al difunto un ataque de celos post-mortem, si la viuda se casa con otro.
Volviendo al caso general, hace no tantos años se entendía por «vida consagrada» la que elegían, se supone que voluntariamente, los curas y las monjas. En un país que aún estaba recuperándose de un hachazo demográfico tremendo, miles de hombres y mujeres jóvenes ingresaban en unas órdenes religiosas católicas que les imponían el celibato: toda esa gente no iba a tener hijos.
Mientras tanto, ¿qué pasaba aquí con las vacas?
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