Se acumulan cada vez más evidencias que soportan una hipótesis incómoda, con graves consecuencias: la población adopta las opiniones, puntos de vista y marcos mentales inducidos por el poder que controla la propaganda mediática. Obviamente los medios tienen influencia sobre la sociedad, si no por qué se gastarían las oligarquías dinero y molestias en controlarlos (la gran mayoría son deficitarios). La cuestión es si estamos hablando de condicionamiento o de determinismo, al menos a una escala políticamente relevante. Esto es, puede que no convenzan de todo a la totalidad de la población, pero sí que son capaces de imponer sus tesis a la inmensa mayoría de la población, de tal forma que a efectos prácticos podemos considerar la voluntad popular como un autómata completamente controlado por su amo. Para que una corriente de opinión se traduzca en acciones de gobierno, no necesita del 100% de respaldo popular, un 80, 90 o 95% es operativamente indistinguible de la unanimidad.
Y sí, observamos una cierta diversidad de opiniones en muchos temas, pero cuando el poder que controla la maquinaria mediática selecciona un objetivo clave, es capaz de imponer esta idea en la sociedad. La guerra en Ucrania nos ha ofrecido un excelente ejemplo al ver salir humo de la maquinaria cuando el poder ha pisado el acelerador, pero en otros temas no tan acuciantes van consiguiendo la unanimidad social a punta de gas. ¿Cuándo fue la última vez que escuchasteis dudar de la legitimidad de la propiedad privada de los medios de producción, o de la coacción violenta por parte del Estado? De eso ya no se habla, ni siquiera se teoriza, no es un tema presente en la sociedad.
Las consecuencias de la constatación de la extraordinaria eficacia de la moderna maquinaria de creación de opinión, y lo que queda por llegar, son bastante feas. Empezando por la negación de la libertad de pensamiento, que es totalmente condicionada por un entorno completamente controlado por el poder económico (que es también político, mediático y militar, siempre ha sido así). Lo cual conlleva la deslegitimación de la democracia, siquiera una indirecta, representativa como el sistema actual. Si el pueblo va a creer, y votar, lo que le digan… y así es, esa consulta se convierte en un mero formulismo legal para responsabilizar al pueblo de las líneas maestras diseñadas por el poder. Y sí, por supuesto que hay diversidad, pero no es más que una diversidad aparente sobre cuestiones laterales que no amenazan los intereses vitales de las oligarquías. Al poder le resulta enormemente indiferente que los homosexuales se puedan o no casar, las mujeres abortar o los niños cambiarse de sexo, por mencionar algunos de los temas en los que existe un debate más encendido. Por eso suelo decir que estas luchas identitarias no son más que un espectáculo circense para entretener al público, perfectamente inofensivo para los intereses de quien controla los hilos. El lema de «la revolución será feminista o no será» me parece un perfecto resumen de la desarticulación del contrapoder popular que podía amenazar los intereses clave del sistema. E insisto, la difusión y triunfo de este sucedáneo en la izquierda no es casual ni inocente.
Así que podemos resumir la cuestión en el incómodo reconocimiento de que pensamos lo que nos imponen, más un espacio de libertad restringida, tutelada, como el patio de un colegio, que es lo que nos permiten pensar. Esto es, la libre expresión de la voluntad popular es un coro disonante de balidos.
El primer paso para liberarse de una cadena es percibirla, para curar una enfermedad es identificarla.
Bueno, disculpad, que como siempre me voy de senderismo por Úbeda.
Os propongo un ejemplo: el cambio climático y la percepción social sobre este fenómeno. ¿Os parece un tema grave sobre el que urge actuar? La gran mayoría estaréis de acuerdo con ello, pero ello es simplemente porque os permiten pensar así. Porque en Europa, y en concreto España, el interés de las élites pasa por diversificar las fuentes de energía, al ser extremadamente dependientes de los combustibles fósiles. Lo cual quiebra la balanza comercial y supone una inmensa transferencia de riqueza a países que percibimos como peligros potenciales (que por cierto, intentando arruinar a Rusia, estamos engordando hasta el extremo a otros países productores, empezando por las petromonarquías del golfo Pérsico).
Pero la gente no cree en el cambio climático por estas razones económicas y geopolíticas, lo hacen preocupándose genuinamente por las razones que les explican, el planeta y todo eso. La gente sencillamente adopta los puntos de vista que le ofrecen, diseñados por aquellos que sí tienen un punto de vista global sobre economía y estrategia.
De vivir en otra sociedad, expuesta a otros flujos de alimentación (¿me sale inputs, alguna alternativa más castiza?) mediáticos, nuestra opinión sería diferente. Por ejemplo, en la misma Polonia, dentro de Europa pero con otros intereses muy distintos (la espina dorsal de su generación eléctrica es el carbón, y salir de ahí les va a costar un mundo), la posición social sobre el cambio climático es radicalmente distinta.
En la mayoría de los países es un tema abierto a debate, no se ha creado la unanimidad que se aprecia en otros aspectos (o no se aprecia, porque la unanimidad adopta el aspecto de la evidencia, como apreciar singularidades en un campo nevado, todo es jodidamente blanco). Y la evidencia científica es la misma, igualmente válida para Francia que para Polonia. Pero lo que cambian son los intereses, en concreto los intereses de esas oligarquías que controlan los medios de manipulación de masas de cada sociedad. Y es que la burguesía, esas oligarquías de las que hablaba (palabra ahora tan de moda, pues usémosla), no es un ente homogéneo. Hay temas en los que sí existe consenso, sus intereses nucleares, donde imponen la unanimidad social. Pero en muchos otros temas existe una fuerte rivalidad interna, y el cambio climático es un ejemplo perfecto de sectores industriales con intereses antitéticos según se adopten medidas en uno u otro sentido.
Tomando el caso de EEUU, país con una opinión pública dividida sobre el cambio climático, reflejo de unos intereses empresariales enfrentados, y que es noticia por el esperpéntico fallo del Tribunal Supremo (la mayoría conservadora está que se sale, y recuerdo que es un cargo vitalicio). Su economía tiene una gran representación del sector petrolero y gasista, y también tecnológica. Obviamente, lo intereses al respecto de la atenuación del cambio climático de Exxon Mobil son contrapuestos a los General Electric (que produce aerogeneradores) o de Tesla (que no es una ONG y, de hecho, es parte del problema por el modelo de BEV que propone, como me he hartado de repetir).
Mirad este gráfico:
Hay una correspondencia notable entre países productores de hidrocarburos y, por lo tanto, intereses empresariales contrarios a las políticas de mitigación… con sociedades negacionistas. Siendo, insisto, la evidencia científica la misma, porque la ciencia es universal.
Y no es que el ciudadano medio australiano esté más desinformado que el francés, sino que el interés de sus élites es distinto, la manipulación mediática (que siempre, en todos ellos existe) opera más en un sentido u otro. Si tú que me lees crees que el cambio climático es un problema real con origen antropogénico es porque te han permitido creértelo, especialmente al haber surgido una potente industria que piensa sacar generoso beneficio económico de ello.
¿Y cuál es mi opinión acerca del cambio climático? Pues mi opinión es irrelevante, porque a la realidad, suprema Diosa, y a la ciencia como su culto, le importa una mierda la opinión que tengamos sobre ella. Las opiniones no valen una mierda; procurad acudir a la ciencia, que sin duda es un campo que pretende ser contaminado por esos mismos intereses que controlan la sociedad.
Otras veces hablaremos de cambio climático, pero esta entrada no va de eso, sino de control social.
Yo soy ateo. Pero soy ateo porque he crecido en una sociedad que me ha permitido serlo, que ha creado un espacio cultural para que pueda llegar a ello. Y ello porque al poder le dejó de resultar útil la religión como medio de control social, y la dejó caer de su lista de puntos clave. De haber nacido en otro tiempo o lugar, sin duda sería yo creyente. En sociedades en las que la religión es un asunto central para la perpetuación del poder, ya se habrían ocupado de adoctrinarme en tal religión, doctrina o sistema de creencias, sin crear espacios para la duda, la disensión e ideas heréticas.
Pero esto plantea graves interrogantes. Si mi pensamiento, incluso el mismo acto cognitivo, está dirigido, controlado, planificado. ¿Quién soy yo?
Esperando encontrar la respuesta, hace ya muchos años desenchufé el cable de antena del televisor.
Es sólo el comienzo.
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