Desde que conocí la intención de volver a realizar misiones tripuladas a la Luna, y aún más a Marte, he sostenido contra viento y marea que era una necedad. Me han tratado de retrógado y corto de miras por no compartir el brillante sueño espacial de unos empresarios que se forrarían con él.
Pues no, es una imbecilidad enviar misiones tripuladas porque eso exige cargar al lanzador con un sobrepeso de todo el soporte vital que necesitan los astronautas. Pero, sobre todo y por encima de todo: exige cargar los motores y el combustible necesarios para escapar de la gravedad lunar (0,16g) y peor aún de la marciana (0,38g) y traer a los tipiños de vuelta. Y todo para una puta foto publicitaria, porque no hay nada que puedan hacer esos tipiños que no pueda ser realizado por robots con una IA la décima parte de sofisticada que tiene un Mercedes con conducción autónoma 3 (pues ha sido la marca de Stuttgart la primera en anotarse el tanto, por mucho que Musk lleve años prometiendo que para mañana mismito).
Bueno, pues acabo de terminar la lectura del artículo al respecto de Yuri y… coño, menos mal. Al menos no soy el único en decir que esta nueva fiebre por las misiones tripuladas es una patochada que va a costar un dineral de un tamaño suficiente como para socavar la economía de una gran potencia. El equivalente mazazo económico a cambio de prestigio (y un intenso tráfico de sobres) que sufren los países medianos cuando se atreven a organizar unas olimpiadas (pienso en las de Grecia o, sin ir tan lejos, en la crisis que sufrimos tras el atracón del 92). Incluso se me pasa por la cabeza que los chinos no estén metiendo adrede a los gringos en una carrera que acabe por arruinarlos, algo así como lo que los gringos le hicieron a los soviéticos con la escalada armamentística que culminó en la Guerra de las Galaxias.
Pues eso, que es reconfortante saber que juego en el mismo mismo equipo que una de las personalidades de la blogosfera hispana que más respeto (y la lista de aquellos que no desprecio es realmente breve).
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